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Toledo, ¿buena o mala noticia?

A raíz del caso Toledo, la prensa internacional ha subrayado la vergüenza que significa para el Perú que tres de sus presidentes se encuentren en prisión. Como se sabe, además, hay otros dos que están procesados y uno que se suicidó antes de enfrentar a la justicia. Así, tenemos seis presidentes comprometidos con actos ilegales realizados en beneficio personal. Es un récord mundial. Ningún país del mundo tiene tantos primeros mandatarios encausados como delincuentes. Pero, tampoco los demás países se han atrevido a juzgar a todos sus expresidentes. En efecto, según el cristal con que se mire, la triste situación de Toledo puede ser una mala o una buena noticia.

La mala noticia se resume en un refrán, “el pez se pudre por la cabeza”. Si el presidente es corrupto todo el aparato del Estado se descompone. Al delinquir el presidente, toda persona electa a un cargo menor se siente autorizada para imitarlo. Por eso, la corrupción se ha extendido como mancha de aceite desde los años noventa hasta el día de hoy. En la transición post Fujimori ha empeorado. Antes estaba concentrada en los poderes centrales, pero los municipios eran ejemplo de mejor manejo de la cosa pública. Ahora la corrupción se ha desparramado y afecta a todos los poderes: locales, regionales y centrales. Estamos peor que nunca.

En este curso, es enorme la responsabilidad de Toledo, quien tuvo una oportunidad de oro para enrumbar al país. Fujimori dejó el gobierno con serios cuestionamientos. Fue acusado por corrupción, autoritarismo y violación de derechos humanos. En ese momento tenía muy mala reputación y la mayoría nacional tenía voluntad de limpiar el aparato del Estado. Al terminar una dictadura, el primer gobierno democrático tiene una ocasión única, difícilmente al alcance de cualquier otro gobernante. Es simple, aprovechar el temperamento general para ordenar la administración pública. No siempre se puede cambiar al Estado, pero Toledo tuvo en sus manos esa capacidad.

La desaprovechó para caer en la más antigua de las prácticas patrimonialistas: disponer del Estado como si fuera su hacienda personal. Además, se corrompió de una manera simple y muy dañina. Se inventó una mega obra para cobrar un mega soborno: la vía Interoceánica Sur. Esa carretera era necesaria, pero en una escala muy inferior. Toledo la infló para cobrar una súper coima y luego hizo ganar la licitación a una empresa corrupta que le pagó el mayor soborno que se conoce en la historia nacional.

Es cierto, el caso Toledo es una mala noticia, no solo por la oportunidad que personalmente desperdició, sino sobre todo por el país. Es indudable la decepción, su caso confirma que el sistema está podrido y la dificultad para salir del pantano. Pero, hay que razonar sobre el lado positivo. En la mayoría de países reina la impunidad para los poderosos. Los de arriba se entienden para perdonarse mutuamente. Se hace “borrón y cuenta nueva”. La costumbre internacional establece el perdón al gobernante rapaz y las condenas solo se producen por causas políticas. A veces un dictador quiere zanjar con el pasado y condena a algunos de sus rivales por corrupción. Pero, en el Perú han sido acusados todos y de todos los colores. Ninguno se ha salvado. Ya varios han caído, Toledo lo demuestra y la cosa pinta fea para los demás, incluida Keiko.

Cómo interpretar este proceso. En el Perú se procesa una pugna no resuelta que atraviesa toda la sociedad. Por un lado, es un país de corruptos. El historiador Alfonso Quiroz estableció que, en los últimos 250 años, desde la era colonial hasta hoy, apenas había uno que otro gobierno honesto, pero que el promedio era de mediana a alta corrupción. De ese modo hay una línea continua de malos gobernantes que viene del pasado y se proyecta hasta nuestros días. Una inmensa sombra que cubre todo.

Pero, a la vez, tenemos bastantes luchadores contra la corrupción y en pro de un buen gobierno. Las posturas éticas y políticas se generan por oposición. En este caso, la abundancia de corruptos ha dado origen a una columna sólida de personalidades de valor comprometidas en erradicar este mal. El Perú no es país de gente abatida por la corrupción, sino un país en conflicto. Dos tradiciones se enfrentan y la pugna no ha sido resuelta. Pero, es claro que existe un conjunto de organizaciones y personas honestas que han incursionado en la vida política e institucional con manejo serio, profesional y limpio.

Además, hemos tenido héroes civiles ejemplares en este terreno. Por ejemplo, Manuel González Prada, quien dio lección de intransigencia ética a lo largo de su vida y fue el baluarte que fundó el pensamiento crítico. Asimismo, un sacerdote muy influyente, Gustavo Gutiérrez, creador de la Teología de la Liberación y de un pensamiento cristiano comprometido con eliminar la necesidad y el sufrimiento. Este tipo de íconos son poco frecuentes en la escena internacional. No es casual que se hallen con relativa abundancia entre nosotros. Expresan una corriente potente, tan fuerte como la corrupta y en directa oposición.

Esa lucha se expresa en toda la sociedad. No hay esfera ni corriente política que esté excluida. Como a estas alturas queda claro, la adhesión ideológica no es garantía de honestidad. Es mejor ser autocríticos y reconocer que en la izquierda también hemos tenido nuestros anticuchos y que son bastante grandes. De este modo, esta contradicción atraviesa al país entero y llega a los poderes públicos. En todas las esferas se halla personas electas y funcionarios honestos, incluso en el Congreso. Por supuesto alcanza al Ministerio Público y al Poder Judicial. Ahí se halla la causa de tanto tironeo y rumbos parcialmente distintos dentro de estas dos instituciones, donde el principio es que cada juez o fiscal actúa bajo responsabilidad, pero con autonomía.

De este modo, la prisión de Toledo evidencia que la tradición del buen gobierno no se ha extinguido. Por el contrario, existe y lucha. Su persistencia es la mejor noticia de estos días grises.